Esta semana se produjo una polémica en Twitter entre el ex presidente Alejandro Toledo y nuestro chef-bandera, Gastón Acurio.
«Saludo el encuentro de Jim Yong Kim [presidente del BM] y Gastón Acurio con los alumnos de Pachacútec, escuela gastronómica que iniciamos en nuestro gobierno», publicó primero Toledo.
Rápidamente, sin embargo, Acurio precisó que: «Con el debido respeto, la escuela la iniciamos en el 2007. Nunca hemos recibido apoyo de los distintos gobiernos».
Toledo estaba haciendo algo que, lamentablemente, es usual entre los políticos, y que es una de las cosas que más detesto de la política: adjudicarse el crédito de los emprendimientos privados, de los logros de empresas y ciudadanos. Recuerden, sino, cualquier discurso de 28 de julio. Nuestros presidentes de ufanan (más allá de las obras públicas en la que sí tienen algún mérito) de aumentos de las exportaciones o del aumento de conexiones de internet, logros en los que no tienen ninguna participación y que en algunas ocasiones incluso dificultan.
Toledo luego precisó que “mi gobierno adjudicó el terreno para crear la Universidad Popular en Pachacútec, hoy escuela gastronómica. (…) Sin terreno no habría proyecto”. Claro, pero ¿acaso era su propiedad? ¿El gobierno hizo un «favor» otorgando ese terreno? No. Las reglas que hoy gobiernan las tierras eriazas en el Perú impiden más bien que estas sean adquiridas por privados que podrían hacer un uso más eficiente de éstas, ya que se consideran por defecto propiedad estatal y, además, son imprescriptibles. El gobierno debería promover que este tipo de tierras pasen a manos privadas (con derechos de propiedad seguros) mediante procedimientos de titulación expeditivos.
No se suba al coche, ex presidente.