“Anda lee a Popper”: ¿Qué significa ser “intolerante con los intolerantes”?

La semana pasada, en un intercambio en redes, me mandaron a leer a Popper, al haber insinuado yo que no sería muy democrático («un poquito comunista») prohibir que existan partidos comunistas, luego de que ello fuera propuesto por Jorge Montoya, ex candidato a la presidencia y virtual congresista electo por Renovación Popular.  

Aunque no me contestó cuando se lo pregunté, asumo que mi interlocutor hacía referencia a la famosa “paradoja de la tolerancia” de Karl Popper, frecuentemente compartida en redes sociales, sobre todo en la versión popularizada por este gráfico de Pictoline:

Desde hace tiempo, sin embargo, tenía la intuición de que la frase de Popper es frecuentemente muy mal entendida o, por lo menos, citada de manera incompleta. Se usa la “paradoja de la tolerancia” para justificar la censura de ciertas ideas o la prohibición de determinados partidos políticos, y no creo que Popper hubiera defendido la adopción de tales restricciones, no al menos de manera general; sino aplicada en supuestos específicos y excepcionales.

Así que, bueno, seguí el amable consejo y me fui a leer a Popper: la cita puede encontrarse en una nota al pie de página de “La sociedad abierta y sus enemigos”[1], en el capítulo referido a la “justicia totalitaria”. En dicha nota al pie, Popper explica tres paradojas, la paradoja de la libertad, la paradoja de la tolerancia, y la paradoja de la democracia.

La segunda es la relevante para el post, y Popper la describe así:

“Mucho menos conocida es la paradoja de la tolerancia: la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada incluso a aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra el ataque de los intolerantes, entonces los tolerantes serán destruidos y la tolerancia con ellos” (cursivas en el original)[2].

El problema es que la cita es frecuentemente cortada luego de estas primeras líneas, ignorándose que tras un punto seguido Popper señala que:

“En esta formulación, no quiero decir, por ejemplo, que debamos censurar siempre la expresión de filosofías intolerantes; siempre que podamos contrarrestarlos con argumentos racionales y mantenerlos controlados por la opinión pública, la censura sería ciertamente imprudente. Pero deberíamos reclamar el derecho a suprimirlos si es necesario, incluso por la fuerza; porque puede resultar fácilmente que no estén preparados para enfrentarse a nosotros en el nivel del argumento racional, sino que comiencen por denunciar todo argumento; pueden prohibir a sus seguidores que escuchen un argumento racional, porque es engañoso, y enseñarles a responder a los argumentos con el uso de sus puños o pistolas. Por tanto, debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes” (las negritas son nuestras)[3].

Del texto citado, yo entiendo que Popper no favorece ningún tipo de prohibición per se para ideologías intolerantes; sino que cree que se pueden prohibir en ciertos supuestos (“si es necesario”). Por ejemplo, si se cae en el engaño o se promueve el uso de la fuerza (“puños o pistolas”).

¿Debemos permitir entonces todo tipo de ideas e ideologías, incluso las que promueven prejuicios o intolerancia, falsedades o teorías de la conspiración? ¿Dónde ponemos un límite?

En políticas públicas las respuestas no siempre son fáciles. Y hay ideologías y mensajes que nos pueden parecer nefastos; pero creo que la regla general debe ser que sí, debemos permitir este tipo de discursos. Criticables, peligrosos, sí. Odiosos y hasta “de odio”. Pero no deberían ser reprimidos por una ley penal ni estar sometidos a prohibiciones absolutas[4].

¿Por qué pienso que no deben aplicarse sanciones penales o censura previa a este tipo de expresiones? En primer lugar, porque las leyes que regulan la libertad de expresión son difíciles de aplicar y corremos el riesgo de generar el efecto no deseado de prohibir indirectamente expresiones que sí son deseables. La profesora Nadine Strossen da en su libro Hate: Why We Should Resist It With Free Speech, Not Censorship”ejemplos de cómo las leyes contra los discursos de odio son usadas contra las minorías que buscan proteger. También corremos el riesgo de marginalizar ciertos discursos, e “invisibilizarlos” oficialmente, permitiendo que calen muy hondo en ciertos circuitos y poblaciones, acaso con efectos más perniciosos. Como señala Oscar Rosales en este artículo, se puede inhibir incluso que temas como el terrorismo se discutan en clases universitarias.

No debemos olvidar que las prohibiciones no se aplican en el vacío. El marco institucional importa. Vivimos en un país en el que la policía investiga a una obra de teatro por apología del terrorismo simplemente porque hace una crítica de los abusos en los que incurrieron los militares (no todos, pero sí muchos) al combatirlo.

Pero, ¿y dónde ponemos el límite? Creo que un buen límite lo pone la Corte Suprema de los Estados Unidos de América en el caso Black v. Virginia, en el que señala que una Ley que prohíbe quemar cruces (una conocida práctica del nefasto Ku Klux Klan) no violaba la Primera Enmienda, es decir, no viola la libertad de expresión; ya que la ley prohibía dicha práctica cuando se realizaba “con la intención de intimidar”. La Corte sí declaró inconstitucional la parte de la ley que señalaba que “el sólo hecho de quemar la cruz constituye evidencia de la intención de intimidar”. La Corte Suprema pone el límite a la libertad de expresión allí donde los discursos representan una “amenaza actual”.  

¿Deberíamos prohibir entonces que se inscriba un partido comunista o fascista? Depende. Si su plataforma aboga por formas violentas de llegar al poder e imponer su agenda, o incita la violencia contra determinados grupos, sí. Si no, no.

Como señalaba en este post de 2012, “creo que la mejor respuesta a discursos como los que se pretende evitar con el proyecto materia de comentario [“negacionismo” del terrorismo] es más información. Hay que trabajar en los colegios y en los hogares para que la realidad sea conocida por todos. Y hay que combatir las ideas con ideas”.

En ese mismo post citaba a Timoty Garton Ash, columnista de The Guardian, en relación a este tipo de discursos, y creo que vale la pena repetir la cita:

“¿Cómo, por ejemplo, refutamos las absurdas teorías conspirativas, que aparentemente tienen alguna vigencia en partes del mundo árabe, según las cuales ‘los Judíos’ estuvieron detrás de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2011 en Nueva York?  ¿Prohibiendo que cualquiera la repita? ¿Sancionándolo con prisión? No. Las refutas refutándolas. Recopilando toda la evidencia disponible, en un debate libre y abierto. Esta no es sólo la mejor forma de dilucidar los hechos, sino, que, en último término, es la mejor forma de combatir la xenofobia y el racismo. Así que por favor, únasenos, combatamos a “papá Estado” y su policía de la memoria”.(Traducción libre del último párrafo del texto disponible aquí).

Es posible, por supuesto, que yo esté malinterpretando a Popper y que éste en la práctica haya defendido (en aras de defender la libertad o la democracia) alguna regla más restrictiva que las que yo planteo.  No soy filósofo ni mucho menos experto en el pensamiento del filósofo austriaco, pero creo que antes que nada Popper es un liberal y creyente en el método científico[5], por lo que uno esperaría que por regla general se crea en poder difundir (porque sólo así podemos refutar, criticar, debatir) hasta las ideas más reprochables.

En un contexto como el que estamos viviendo, con un debate bastante polarizado y en el que las acusaciones de extremismo se lanzan desde ambos «lados», creo que este mensaje de tolerancia es especialmente relevante. No sólo por la invocación a debatir con ideas y hechos antes que con calificativos o alegada superioridad moral; sino también porque, tal como están las cosas, una respuesta punitiva a los discursos indeseables podría usarse como un arma política.

Nota: actualizado el 19 de mayo a las 3:30 pm, con un párrafo final en referencia al contexto actual.


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[1] POPPER, Karl. The Open Society & Its Enemies. New One-Volume Edition. Princeton: Princeton University Press, 2013.

[2] Traducción libre del siguiente texto: “Less well known is the paradox of tolerance: unlimited tolerance must lead to the disappearance of tolerance. If we extend unlimited tolerance even to those who are intolerant, if we are not prepared to defend a tolerant society against the onslaught of the intolerant, then the tolerant will be destroyed, and tolerance with them”.

[3] Traducción libre del siguiente texto: “In this formulation, I do not imply, for instance, that we should always suppress the utterance of intolerant philosophies; as long as we can counter them by rational argument and keep them in check by public opinion, suppression would certainly be unwise. But we should claim the right to suppress them if necessary even by force; for it may easily turn out that they are not prepared to meet us on the level of rational argument, but begin by denouncing all argument; they may forbid their followers to listen to rational argument, because it is deceptive, and teach them to answer arguments by the use of their fists or pistols. We should therefore claim, in the name of tolerance, the right not to tolerate the intolerant”.

[4] En muchos casos, estos discursos ya están sujetos a responsabilidad civil si se comprueba un daño.

[5] Una interesante descripción del pensamiento de Popper se puede encontrar en VARGAS LLOSA, Mario. La llamada de la tribu. Lima: Alfaguara, 2018. pp. 141-203.

Acerca de Mario Zúñiga

Mario Zúñiga Palomino. Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. LLM, The George Washington University Law School. Estoy en Twitter como @MZunigaP.
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