Estoy seguro que muchos de ustedes han oído hablar de la planta nuclear de Fukushima, en Japón. Pocos, sin embargo, habrán oído hablar de la planta nuclear de Onagawa, en el mismo país. Como saben, el 11 de marzo de 2011 tuvo lugar un fuerte terremoto, que duró seis minutos y es el cuarto terremoto más fuerte entre los que se tiene registro. Este terremoto a su vez desató un terrible tsunami con olas de 13 metros que penetraron la costa hasta una altura de 40 metros sobre el nivel del mar. Esta gran de masa de agua llegó hasta la planta nuclear de Fukushima y terminó generando la fusión del reactor. La pérdida de energía en la planta había apagado el sistema de enfriamiento del reactor, resultando en la acumulación de gas de hidrógeno. Aunque los trabajadores de la planta trataron de enfriar el reactor manualmente, la acumulación de gas terminó generando la expulsión de gases en la atmósfera y suelo. Hasta el día de hoy, parte del distrito de Fukushima es inhabitable.

Esta historia parece ser una clara lección: no construyamos más plantas nucleares en zonas sísmicas, o por lo menos no al nivel del mar. Excepto por un pequeño detalle: la planta nuclear de Onagawa en el mismo país también está construida al nivel del mar y además estaba 30 kilómetros más cerca del epicentro del terremoto que Fukushima. El reactor no hizo fusión, no estalló. La planta no sufrió ningún daño serio[1].
El problema de Fukushima no fue correr el riesgo (instalar plantas nucleares vale la pena, como veremos más adelante) sino que lo hizo sin tomar algunas precauciones que la hubieran preparado para gestionar el riesgo adecuadamente.
En contraposición al muy conocido caso de Fukushima, tenemos el poco publicitado, discutido y conocido caso de Onagawa. Los operadores de la planta de Onagawa entendieron los riesgos que estaban corriendo. También eran una planta en una zona sísmica y cerca al mar. Pero gestionaron ese riesgo. Para empezar, construyeron la planta a una mayor altura, para hacerla menos vulnerable a los tsunamis. Además, el personal estaba altamente entrenado y había planificado escenarios de emergencia. Así que estaban listos para apagar el reactor, y lo apagaron.
Ya hemos explicado en episodios pasados del podcast el sesgo de disponibilidad y cómo nos conduce a maximizar ciertos riesgos. El sesgo de disponibilidad, como explica Steven Pinker no sólo opera cuando tenemos más información sobre un tema, sino también en función del impacto que nos produce más información. Por eso, por ejemplo, tenemos más miedo de volar en avión que de viajar en auto, pese a que el riesgo de accidentes en mucho mayor en el segundo caso[2]. El accidente de avión es algo que no sólo es más cubierto (porque es más noticia), sino también es un evento que percibimos como una tragedia, catastrófico. Por eso, también, tenemos muy presente ciertos accidentes nucleares como los de Chernobyl y Fukushima, y no tenemos presente las más de cuatrocientos plantas nucleares en el mundo sin emergencias.
Este sesgo llevo a muchos países en el mundo a sobreestimar los riesgos derivados de la operación de plantas nucleares y, pese a que la energía nuclear resulta considerablemente más segura y limpia que otras fuentes de energía, como las generadas por carbón o petróleo, muchos activistas (curiosamente entre los que se cuentan ambientalistas) y comunidades se oponen a su utilización debido al temor que generan los supuestos riesgos a la salud, e incluso a una eventual catástrofe, originados por la radiación que emiten las plantas nucleares.
Luego del evento de Fukushima, no se hicieron esperar llamados, muchas veces informados por el denominado “principio precautorio”, para replantear las políticas de energía nuclear en varios países. El caso de Alemania es paradigmático[3]. Antes del accidente, Alemania contaba con 16 reactores operativos que satisfacían el 51% de la demanda total de energía en el país. Pero después del citado accidente, y probablemente atendiendo a las demandas de grupos ecologistas y de parte de la población, el gobierno decidió cerrar inmediatamente los siete reactores más antiguos y paralizar las reparaciones y actualizaciones de otros reactores que se encontraban en curso. Asimismo, se estableció que el resto de reactores se cerrará progresivamente, teniendo como fecha límite el año 2022. Hoy en día Alemania cuenta con sólo tres reactores operativos.
Pero… ¿cuál sería el resultado de esta política “antinuclear”? Innegablemente, de una gran magnitud. Hay un gran impacto económico, en primer lugar, no sólo para Alemania sino para otros países de la región. Sólo el cierre de los siete reactores antes mencionados determinó que las importaciones alemanas de energía aumenten, aumentando los precios de toda la región. Por otro lado, las emisiones de carbono aumentaron, ya que el gobierno alemán ha tenido que construir nuevas plantas a carbón y a gas.
Un estudio de investigadores de la universidad de Berkeley, Santa Bárbara y Carnegie Mellon estimó los costos de desfasar la energía nuclear en Alemania en 12 mil millones de dólares anuales, siendo que 70% de ese costo lo constituye el riesgo adicional de mortalidad que viene asociado al uso de combustibles fósiles[4].
Por otro lado, un paper de Neidell, Uchida y Veronesi publicado en 2019[5] alega que el cesar la operación de las plantas nucleares en Japón originó un aumento de precios en la energía que, a su vez, habría resultando en 1280 muertes adicionales por frío. Sí, de frío. Esto contrasta con el hecho de que a la fecha sólo se ha documentado una muerte causada por el desastre de Fukushima. Somos conscientes, por supuesto, que perder incluso una vida es una tragedia. Es posible que ese mero cálculo, que puede percibirse como “frío” no les guste algunos. Pero sería irresponsable no tomar en cuenta esa información al adoptar una política pública respecto de las plantas nucleares. Por supuesto, somos conscientes de que a lo que la gente le teme no es al hecho de que se produzca una muerte, sino a que se produzca una catástrofe nuclear como en el caso de Chernobyl. Pero, como vemos, eso es una posibilidad bastante remota.
Por supuesto, quienes toman estas decisiones, los políticos, tienen sus propios incentivos y sesgos. Ellos optarán por la política que les genere menos costos a ellos. Y los costos de no usar la energía nuclear son muchas veces menos perceptibles por los votantes que los costos de usarla.
Es necesario, en ese sentido, transparentar esos costos. Todos debemos saber que el no usar energía nuclear va a aumentar el consumo de otros tipos de fuentes de energía. Aunque hay otras fuentes de energía renovable, en el corto y mediano plazo, es más fácil cambiar a energía derivada del petróleo, gas y carbón. La energía nuclear, además, es más confiable y eficiente que otras fuentes renovables. No depende del clima, y puede generar más energía con los mismos recursos.
La decisión de cerrar plantas nucleares puede tener además un costo en términos de salud pública considerable. Herbert Inhaber, del Consejo Canadiense de Control de la Energía Atómica. Estimó que la mortalidad derivada de una sola planta a base de carbón podría estar en el rango de 50 a 1600 muertes, mientras que una planta nuclear no causaría más de 2.5 a 15 muertes. Por lo tanto, causar un cambio de una planta nuclear a una planta a carbón generaría el triple de mortalidad y posiblemente miles de muertes más[6].
Del mismo modo, John Fremlin, un científico nuclear británico, ha calculado en diversos papers que la generación de energía eléctrica a través de petróleo y carbón causaría más de cincuenta muertes por cada planta de 10 gigawatts por año, mientras que las plantas de gas natural y de energía nuclear causarían menos de una. Esto pasa no sólo porque las plantas de carbón o diesel contaminan más, sino porque su propia operación es más peligrosa[7].
La energía nuclear es incluso más segura que otras energías renovables. Según un reporte de la Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas, por ejemplo, una planta nuclear tiene 20 veces menos riesgos de causar cáncer que una planta solar.
En el caso de Europa, además, la decisión de cerrar plantas nucleares ha tenido otro costo: el geopolítico. Hoy Europa depende en buena medida del gas ruso y eso ha permitido no sólo que el Estado ruso acumule significativos recursos a lo largo de estos años, sino que le quitó a los europeos una palanca de presión importante para poner fin a la guerra. Lo ideal sería que desde el inicio de la guerra se haya estado en la capacidad de prescindir de este recurso y se tenga así un mecanismo de presión contra dicho país.
Como vemos, la evidencia científica disponible en el sentido de que la energía nuclear es mucho más limpia y segura que otros tipos de energía es abundante. Prevenir está bien, pero debemos hacernos siempre la pregunta: ¿de qué nos estamos perdiendo?
* Este post está basado en el guión de este episodio de “Hora Libre”, el podcast que publico gracias al Comité de Lectura. Dada la referencia a algunos papers y links interesantes, creo que puede resultar útil para algunos publicarlo en este formato.
[1] La reseña de los hechos la obtuve principalmente de este artículo: KAYYEM, Juliette. Fukushima’s Earthquakes Show That Risk Is Inevitable. En: Atlantic, 16 de marzo de 2022. Disponible en: https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2022/03/fukushima-nuclear-disaster-management-onagawa/627070/
[2] Ver: PINKER, Steven. Rationality: what it is, why it seems scarce, why it matters. New York: Viking, 2021. pp. 119-122.
[3] Ver: KRAMM, Lars. The German Nuclear Phase-Out After Fukushima: A Peculiar Path or an Example for Others? En:Renewable Energy Law and Policy Review. Vol. 3, No. 4 (2012), pp. 251-262.
[4] JARVIS, Stephen, DESCHENES Olivier y JHA, Akshaya. The Private and External Costs of Germany’s Nuclear Phase-Out. Energy Institute at Haas Working Paper 304R. Enero 2020. Disponible en: https://haas.berkeley.edu/wp-content/uploads/WP304.pdf
[5] Be cautious with the precautionary principle: evidence from Fukushima Daiichi nuclear accident. NBER Working Paper 26395. Disponible en: https://www.nber.org/system/files/working_papers/w26395/w26395.pdf
[6] CROSS, Frank B. Paradoxicals Perils of the Precautionary Principle. En: Washington & Lee Law Review. No. 851 (1996). pp. 865-866. Disponible en: http://scholarlycommons.law.wlu.edu/wlulr/vol53/iss3/2
[7] Ibidem.